Cada 25 de noviembre, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, nos recuerdaque la lucha sigue viva y que ninguna historia de maltrato debe quedar en silencio. En España, esta fecha adquiere un eco especial para las mujeres inmigrantes y refugiadas, que enfrentan la violencia machista en un terreno aún más complejo marcado por el desarraigo, la precariedad y el miedo a no ser creídas. Aun así, su karāma —dignidad— y su shajāʿa —valentía— iluminan un camino que no podemos ignorar. Sus voces, tantas veces invisibilizadas, sostienen una verdad imprescindible: la erradicación de la violencia solo será real cuando todas, sin excepción, puedan vivir libres, seguras y respetadas bi-iḥtirām.

La historia de Chaimae es, bi-sidq, un relato que duele y, al mismo tiempo, inspira. Es la historia de una juventud marcada por una equivocación, de un amor que se transformó en pesadilla, de malos tratos que intentaron quebrar su espíritu… y, aun así, sobre todo, es la historia de karāma —dignidad—, de shajāʿa —valentía— y de una lucha incansable por recuperar su vida. Una joven madre soltera que, bi-iḥtirām, merece ser reconocida como lo que realmente es: una superviviente.

Chaimae caminó sola durante años. Su familia no fue un refugio y, cuando decidió tomar las riendas de su destino, los ataques no solo llegaron de dentro, sino también de miembros de su propia comunidad, que prefirieron juzgar antes que practicar raḥma —compasión—.

Como tantas jóvenes, Chaimae creyó que el matrimonio sería una puerta hacia una vida mejor. Tenía apenas 18 años y un deseo legítimo de construir su propio hogar. Conoció a un hombre dos años mayor, iraquí, de mentalidad rígida y religiosa en su vertiente más radical. A los pocos meses ya estaban casados.

Pero bi-l-asaf —por desgracia— la realidad la golpeó muy pronto. Esta joven marroquí, residente en España desde los 9 años, comenzó a sentir que algo se quebraba en su interior. Él empezó a decidir por ella: primero dejar los estudios, luego abandonar a sus amigas, después modificar su forma de vestir y someterse a normas que la aislaban aún más. Ropa larga obligatoria, salidas prohibidas sin acompañamiento, visitas familiares reguladas como si fueran un privilegio y no un derecho.

Cuando se quedó embarazada, la jaula se cerró. Tras el nacimiento de su hijo, Chaimae dejó de existir como persona para convertirse únicamente en “esposa y madre”. Su propio marido le prohibía ver la televisión, leer libros o tener cualquier espacio de libertad. Lo que debía ser un hogar se convirtió en un lugar donde su identidad desaparecía.

Y lo peor no fueron solo las palabras que la reducían, sino la violencia psicológica, física y económica que sufría. En un momento de dolor, Chaimae llegó a repetir aquello que tantas mujeres escuchan en silencio: “A todas nos han pegado”. Lo decía justificando lo injustificable, atrapada en la culpa que él sembró hasta que pareció lógica: “A lo mejor le has cabreado”.

Aun así, dentro de ella latía algo sagrado: karāmat al-mar’a —la dignidad de la mujer—, un principio profundo que ninguna opresión consigue borrar por completo. Con el tiempo y con una fuerza que solo nace de la supervivencia, decidió separarse y empezar una vida nueva junto a su hijo. Tuvo miedo, por supuesto: miedo al “qué dirán”, al juicio de la comunidad, al peso del estigma. Pero eligió la libertad. Eligió la verdad. Eligió vivir.

Hoy, Chaimae aprendió a quererse de nuevo, a valorarse y a creer en su potencial. Es una mujer valiente y ocupada: trabaja, estudia, cuida de su familia y se sostiene en un amplio círculo de amistades que la respetan bi-iḥtirām. La pesadilla sigue allí, escondida en lo más profundo de su memoria, pero cada día se reduce un poco más mientras construye una vida que, ahora sí, le pertenece.

Chaimae no es solo una madre coraje; es la prueba viviente de que la dignidad, incluso cuando parece quebrada, siempre encuentra el camino de regreso. Hoy, en este día de lucha contra la violencia hacia las mujeres, ALNISA pone voz a su historia y a la de tantas otras mujeres como Shirine, Nahla y muchas más. Lo hacemos bi-sidq, con absoluta honestidad, porque sabemos que no son casos aislados. En España, muchas mujeres —incluidas árabes, pakistaníes, afganas y musulmanas— continúan enfrentándose a situaciones de violencia profundamente marcadas por el silencio, el miedo al “qué dirán” y la presión cultural que a menudo impide pedir ayuda.

Nuestra repulsa hacia los maltratadores es total y firme. Queremos subrayar algo esencial: denunciar salva vidas. La denuncia exige shajāʿa, una valentía inmensa nacida del deseo de protegerse y recuperar la propia voz, pero también es la puerta de entrada a un sistema de protección real. En España, la ley protege a las mujeres: establece sanciones claras contra los agresores, ofrece órdenes de protección, recursos de urgencia y acompañamiento jurídico y psicológico, activando una red institucional desde el primer momento en que una mujer decide dar el paso.


Lamentablemente, no ocurre así en todos los países. En lugares como Afganistán, Sudán o Yemen, las mujeres apenas cuentan con mecanismos legales que reconozcan la violencia de género como delito; en muchos casos, denunciar puede suponer un riesgo aún mayor. Por eso, vivir en España brinda una oportunidad única: conocer tus derechos y saber que la ley está de tu lado y el agresor enfrenta consecuencias.

Desde ALNISA, acompañamos, apoyamos y caminamos junto a cada mujer que decide romper el silencio. Nuestro mensaje es claro y firme: ¡No estás sola! Denunciar no solo es un derecho, es el primer paso hacia la libertad, hacia la reconstrucción de tu vida y hacia la recuperación de tu karāma, tu dignidad más profunda.

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